TERCER ACTO
Fondo con cortinas amarillas.
Un buitre preside la escena
con sus alas desplegadas
y su cabeza calva.
ESCENA I
Narradora:
Hace millones de años
un valiente pterosaurio
penetró en el hogar del sol.
En la batalla del fuego,
su cuerpo se transformó
convirtiéndose los ojos
en dos titanes muy rojos.
Las plumas calcinadas
se quisieron disipar
con las eyecciones
de la masa coronal.
La victoriosa ave
tornó su trayecto a la tierra,
pero antes se dio un garbeo
y planeó por las galaxias
mostrando el pecho chulesco
por haber robado el fuego.
En el magnífico vuelo
de doradas espirales,
las colosales alas
lentamente se enfriaron.
En el viaje de retorno
las llamas se transmutaron.
La cabeza chamuscada
se quedó bastante calva
a la par que el largo cuello
resultaba desplumado.
¡Menos mal que unas chispas
formaron un fino plumón!
Las plumas doloridas
rugían como una fiera
y se tornaron ocres,
tan salvajes como un león.
Cuando llegó a la tierra,
la roja ave del cielo
ya era un buitre leonado
portando la antorcha del sol.
No quiere apagar su fuego,
que tienen sus uñas cortas
poca fuerza de agarre
para la alentada caza
y así en su nutrida dieta
no habrá presas con vida,
pues solo comerá carroña
y como será muy grande
la agarrará su pico ganchudo
igual que si fuera un cuchillo.
Desde las alturas mira
la muerte todos los días,
ya que su fuego resucita
el alma de la mustia carne.
El ácido que un volcán
creó en la tierra del fuego
se pasea por su agresiva panza.
Que su salud no peligra
por la infección de un cadáver;
los virus y las bacterias
mueren a todas horas
evitando las penurias
que traen las enfermedades.
En la historia de los hombres
se quiere alcanzar el fuego
como las grandes aves astrales.
De las mismas habló Plutarco
y con ellas se cubrió Nejbet,
pues siendo hija de Ra
deseaba volar por los cielos.
¡Que para los egipcios
los buitres fueron mucho más
que unos simples pollos!
¿Qué hará el hombre sin fuego?
No te extingas jamás,
hermoso buitre leonado,
que eres como el león
un guardián del inframundo.
Te cuidaré en un muladar
para que todo lo inservible
pueda renacer con tu vuelo.
ESCENA II
Al fondo las cortinas amarillas.
Bajo los pies del buitre alado
una chispa enciende un fuego
y el ave alza el vuelo
ascendiendo por el cielo.
Narradora:
En una localidad de Navarra
hicieron un muladar,
pues no quieren que los buitres
maten al bestial
y así desaparezca el fuego
que portan las aves del cielo.
Que los carroñeros de carne
no pueden ser asesinos,
sino privilegiados de un reino
al que solo puede entrar
aquel que no tiene
ninguna condena capital.
Desde Zabal se divisan
al menos un centenar
en el muladar de Yerri,
en una localidad
cuyo nombre rima con «i»
porque se llama Zurukuain.
El festín del estercolero
tiene también invitados
y se unen muchos milanos,
ya que son parientes del fuego
los primos más cercanos
de los divinos soberanos.
Junto a ellos, además,
asisten pequeñas cornejas,
grajillas, cuervos y urracas
que visten de gala también
portando un brillante traje,
tan negro, tan negro, tan negro
como el luto que procesan
por la defunción festejada.
Que esta baja clase social
trabaja para las necrófagas,
pues asisten a las cacerías
y mientras aquellas se alzan
volando lejos en las alturas,
las pequeñas cornejas gorjean
emitiendo con sus graznidos
señales para ubicar las presas.
Los pequeños córvidos gritan,
pero ellos no dicen:
«Mayday, Mayday»,
sino: «Aquí, aquí.
Aquí encontró mi bajo vuelo
un maloliente bicho.
Ved los destellos plateados,
que mis oscuras alas brillan
por el reflejo de un sol distante
y os indico con mi planeo
el lugar exacto de la muerte.
Venid aquí, venid;
que sois más fuertes
y con vuestro poderoso ápice
podréis desgarrar los tejidos.
Yo paciente esperaré
el pequeño trozo de carne
y así podré saborear
un merecido y suculento postre».
A todos los invitados
atraídos por el fuego
les une también
el jugoso convite del cielo,
mas hay una entrada prohibida:
es la del rey del muladar,
pues si aparece el águila real,
ni un bocado los buitres
ni sus convidados podrán probar.
En la celebración del vertedero,
hay un riguroso protocolo.
Guardaespaldas tienen los buitres,
pues si osas arrimarte
alzará el plumaje el vuelo
protegiendo el codiciado fuego.
¡No sea que alguien lo robe
y se pierda así el regalo
concedido por los dioses!
También hablarán los cuervos
alertando con sus chillidos,
pues han de avisar del intruso
que incauto osa profanar
el exquisito festejo.
Y así ellos te clamarán:
«Que las sobras no son para ti,
sino solo para nosotros».
Como en la realeza,
un estricto orden social
habrá de respetarse
en el banquete del muladar.
El tamaño del cuerpo
y la fuerza del pico
serán los parámetros
con los que se establecerá
al primero en probar.
No harán falta servilletas
porque no se mancharán;
sin plumas en la cabeza
limpios siempre estarán.
Para hacer la digestión
pasarán a la sala de reunión
y cortésmente se acomodarán
en asientos ordenados
según la clase social.
¡Que en el reino de los dioses
siempre hubo categorías!
Unos posarán en postes artificiales,
otros en ramas de encinas
que hastiadas tendrán que aguantar
las pesadas barrigas carroñeras,
colmadas del nutritivo manjar.
Los menos afortunados se sentarán
en los mullidos cojines que la tierra
formó en una suave colina
desde donde se divisa el amplio valle.
Zurukuain mantiene el fuego
que Prometeo robó a los dioses
para dárselo a los hombres.
Desde entonces usan la lumbre
y desean elevarse con empuje
al igual que las grandes aves del cielo.
FIN
  Susana Cía Benítez 2023
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